No
podríamos determinar con mucha exactitud la fecha en la que se sitúan nuestros
recuerdos de la Cuaresma y Semana Santa en Huete; sería aproximadamente entre
los años 1950 hasta el 60, años en los que ya participábamos activamente en las
preparaciones y celebraciones de estas fechas.
Nosotros estudiábamos y nos
formábamos en el Colegio de las religiosas Celadoras del Corazón de Jesús que
impartían clases desde párvulos hasta bachillerato y estaban instaladas en el
edificio del Convento de Jesús y María, más conocido por el nombre de “El
Cristo”.
Comenzaba la Cuaresma -lo mismo
que ahora- el Miércoles “De ceniza”. Todos los niños y niñas de la Escuela
pública (situada en el edificio de La Merced) y el colegio de las Celadoras
íbamos con los maestros a recibir la ceniza en la iglesia de La Merced, junto
con muchos padres y adultos que nos acompañaban. Este miércoles, sin embargo,
no seguía a los Carnavales, que nunca vivimos porque estaban prohibidos.
Para nosotras la Cuaresma era
tiempo de austeridad y privaciones: desde pequeñas hacíamos algunos
sacrificios, como por ejemplo: no comer dulces y guardarlos todos para el día
de la Resurrección, ponerrnos pequeñas piedrecitas en los zapatos, rezar
jaculatorias, hacer visitas a la Iglesia,…
Los viernes de Cuaresma se
guardaba en la mayoría de los hogares el ayuno y la abstinencia de carne. Si
alguien no lo guardaba decía muy compungido que había “pecado” como algo muy
grave.
Algunos años se celebraban
Misiones durante la Cuaresma. De ellas recordamos el “Rosario de la Aurora” por
las calles del pueblo, al amanecer; los sermones, que a nosotros nos sonaban
como algo tenebroso, con amenazas del infierno a grandes voces desde el púlpito
(no había micrófonos); donde las mujeres del pueblo que asistían, lloraban y se
sonaban con grandes pañuelos blancos; y los hombres, que habían venido del
campo y de sus quehaceres, asistían muy serios y compungidos. La iglesia estaba
a rebosar para estos actos misioneros.
El Viernes “de Dolores” se le
hacía una gran función religiosa a la Virgen de los Dolores o Soledad y se
rezaban los siete dolores de la Virgen. Todos los Viernes de Cuaresma se
cantaba el Viacrucis por las calles del pueblo, un viernes en cada barrio. Se
cantaba también el Miserere, probablemente se hacía en latín.
El Domingo “de Ramos” íbamos
todos, niños y mayores, a recibir el ramo de olivo. Salíamos en procesión desde
La Merced, donde se bendecían las ramas, por muchas calles del pueblo. Todos
estrenábamos algo, por aquello del dicho “El Domingo de Ramos el que no estrena
nada se le caen las manos, o no tiene manos”.
El Lunes, Martes y Miércoles
Santo se celebraban en la iglesia retiros, confesiones, se preparaba el
monumento y se tapaban los santos con paños morados y se quitaban las
sabanillas de los altares. Ahora, el Miércoles Santo, se sube al Castillo
cantando el Viacrucis con la participación de los jóvenes.
El Jueves Santo por la mañana se
solía dedicar a preparar los dulces: rosquillas de sartén, sombreretes y
cañas, torrijas, pestiños, etc.
También
era día de vigilia. Por la tarde repicaban las campanas; una de ellas era
giratoria, que volteaba con gran estruendo, y toda la gente acudía con sus
mejores galas a la Santa Misa, donde se realizaba el lavatorio de doce personas
pobres de la población, generalmente mayores y necesitados a los que se les
daba limosna.
Se llevaba el Santísimo bajo
palio, portado por seis hombres a la Capilla, donde se sigue colocando en la
actualidad.
La procesión era una gran
manifestación de fe y recogimiento, íbamos todos en fila, casi todo el pueblo
lo celebraba y se veía a mucha gente que no solían ir a la iglesia, pues la
verdad es que la imagen de Jesús Nazareno saliendo a la calle, hacía que todo
el mundo acudiese a acompañarle.
Después de la procesión había
“Hora Santa” y luego se velaba El Monumento. Durante toda la noche y todo el
día siguiente hasta la hora de los oficios del Viernes Santo, la gente se
acercaba para rezar, cada persona pasaba una hora velando. Se respetaban
escrupulosamente los horarios, para que nunca quedara solo El Monumento.
El Jueves Santo era costumbre
invitar en las casas a los amigos y conocidos a unos dulces, una copita de vino
dulce o resoli. Después todos íbamos a casa, se cerraban los bares y el
recogimiento era total.
El viernes muy temprano salían
los monaguillos por las calles del pueblo tocando las “carracas” (instrumentos
de madera con una rueda dentada que hacían girar produciendo un ruido ronco y
atronador). Algunos años los jóvenes tocaban cornetas y clamaban a grandes
voces por las calles: “¡Levantaros hermanos, a acompañar a Jesús, que va al
calvario!”.
La procesión salía a las siete de
la mañana de la iglesia de La Merced, todavía era de noche. Cuando íbamos por
la Chopera empezaba a amanecer, desfilaba San Juan con la palma, Jesús Nazareno
–acompañado siempre de largas filas de nazarenos-, Jesús De la Columna y la
Soledad. Se guardaba mucho silencio y era muy emocionante ver el amanecer en un
marco tan espectacular.
A las 11 de la mañana se hacía el
“Vía Crucis” cantado hasta la Ermita de San Gil, donde se decía que había un
celemín de tierra proveniente de “Tierra Santa”. Era costumbre ir “a bolear” al
llamado Camino del Boleo o de Madrid. Allí se realizaban grandes campeonatos
que tenían muchos espectadores. La comida consistía en el típico potaje de
garbanzos, con bacalao, espinacas y huevo o guisado de huevos duros, bacalao y
alcachofas seguido de las riquísimas torrijas.
Por la tarde se realizaban los
Santos Oficios. La procesión del Entierro era multitudinaria, las imágenes que
procesionaban eran, como ahora, el Sepulcro y la Soledad.
El Sepulcro iba
rodeado de cuatro faroles grandes y tres guardias civiles lo custodiaban.
En los balcones se colocaban
faroles con velas y colgaduras con lazos negros. A continuación todas las
personas se recogían en casa, ya que, por otra parte, no había otras opciones
de entretenimiento.
El Domingo de Resurrección se
realizaba la Procesión del Encuentro, y como ahora, la Virgen se inclinaba por
tres veces ante Jesús y se le cambiaba el manto de luto por uno blanco o azul.
Durante la procesión que se
celebraba a continuación se veían varios “judas” (muñecos hechos de paja vestidos
con ropa vieja) colgados en medio de las calles y las plazas. Después de la
procesión se quemaban, rodeados de algarabía de jóvenes y niños que lo
celebrábamos alborozados.
Posiblemente habrán quedado
muchas cosas “en el tintero”, como se suele decir, y habrá otras muchas
celebraciones que sean de época anterior que lógicamente no conocemos y no
incluimos aquí, pero el lector o internauta que lea estas vivencias apreciará
con prontitud las diferencias y peculiaridades de la Cuaresma y Semana Santa de
hace 50 ó 60 años.
PLATOS
TÍPICOS DE SEMANA SANTA
·
Rosquillas de Sartén.
Ingredientes: Huevos,
anís dulce, ralladura de limón o naranja, emulgente o bicarbonato, aceite,
azúcar y harina.
·
Sombrerillos y Cañas
Ingredientes: Vino
blanco, aceite, anís, azúcar y harina.
·
Torrijas
Ingredientes: Rebanadas
de pan, aceite, leche, corteza de limón, azúcar, canela, vainilla y huevos.
·
Potaje de Semana Santa
Ingredientes: Garbanzos,
bacalao, laurel, espinacas, cebolla, pimentón, patata, huevos o albóndigas
tontas, según gustos.
·
Guisado de huevos
Ingredientes: Huevos,
alcachofas, bacalao, harina, aceite, pimiento rojo y cebolla.
( Mari Cuevas Moreno //Gabriela Mora Mochales )