LA POSADA DE SAN JUAN EN HUETE: EVOLUCION HISTÓRICA
Un grupo de personas interesadas en la recuperación de la memoria histórica de Huete, mi ciudad, mi pueblo, que ya han recopilado reseñas de diferentes temas sobre su pasado reciente, han tenido la idea de preparar un estudio sobre las posadas existentes hasta hace pocos años, motivo por el cual me han pedido que les redactara una nota sobre la evolución de la posada situada en la anteriormente llamada Carrera de Santo Domingo, numero 6, finca que luego fue Calle Calvo Sotelo, 22, y hoy día, signo de la época, Calle de Juan Carlos I, 20, y que en tiempos se llamó “Posada de San Juan” y más tarde “Fonda Reneses”.
Este negocio, donde yo he pasado quince años de mi vida, y donde han nacido mis cinco hermanos menores, ha sido regentado por miembros de la familia Reneses desde 1857. En efecto en junio de este año, según un documento del protocolo de Don Mamerto Alique, Notario de Huete, felizmente conservado en el Archivo Histórico del Ayuntamiento, mi bisabuelo, Juan José Reneses Mota, que formaba matrimonio con mi bisabuela Maria Cruz Navío Ortiz de Angulo, ambos nacidos en Quintanar de la Orden, firmaba un contrato de alquiler de la posada con su propietario Luciano Toledano, vecino de Bonilla. El contrato se firmó por un periodo de cuatro años y un precio de mil trescientos reales anuales, pagaderos por anticipado los días de San Juan de cada año. El propietario pidió avalistas y mi bisabuelo aportó la granita, entre otros de Don Remigio Covisa y Don Gregorio Torres, prohombres de la época en Huete.
A partir de aquí se rompe el “tracto sucesivo” porque no he podido localizar el documento mediante el cual mi bisabuelo pasa a ser propietario de la casa, que por cierto, comprendía además de la superficie actual toda la fachada de la actual vivienda de la calle Caballeros, número 1. Sí he encontrado un documento mediante el cual, mi abuelo Casildo Reneses declaraba que adquirió la casa por herencia de su padre en 19 de noviembre de 1890, habiéndola adquirido éste de Ambrosio Toledano Hernansáiz, hijo de Luciano Toledano, antes del año 1890.
Junto con su mujer, mi abuela Maria Juliana Millán, nacida en los Hinojosos, pero avecindada en Huete antes de su matrimonio, mi abuelo permaneció al frente de la Posada hasta su fallecimiento en 1925. Mi abuela y sus hijos solteros, conservaron el negocio alternando con la agricultura y la ganadería, para lo que contaban con varios pares de mulas y un rebaño de unas doscientas ovejas. Mi padre, nacido en 1902, el más pequeño de seis hermanos, había iniciado un negocio de taxis, con coche propio, combinándolo con la posada. Se casa en 1930 y se independiza pasando a vivir en la calle de la Plaza, esquina a Zapaterías, hoy también Juan Carlos I, donde nacimos los cinco hijos mayores. Durante la República mi padre, un entusiasta de los automóviles en la época en que empezaban a aparecer, había prosperado en su negocio de taxis llegando a ser propietario de algún coche más, para lo que se ayudaba de conductores asalariados. Los desastres de la guerra hicieron su aparición en la tranquila ciudad de Huete y mi padre perdió sus coches, requisados por los militares. Uno de ellos lo recuperó después de la guerra, prácticamente destrozado y alguno más lo perdió totalmente.
Así las cosas, en septiembre de 1941, mi padre llega a un acuerdo con mi abuela y mis tíos Pepe, Angustias y Julia Reneses, todos solteros y ya entrados en años, para pasar a regentar el negocio que entonces se llamaba “Parador y Fonda Reneses”, quedándose aquellos con la agricultura y la ganadería. De la finca se segregó la parte que lindaba con la calle Caballeros, donde mi abuela y mis tíos establecieron su vivienda y las cuadras y demás locales de su explotación agraria. El titular de “Parador” hubo que suprimirlo más tarde, al impedir su utilización los paradores ministeriales.
El negocio, con el sacrificio principalmente de mi madre y la ayuda de los hijos, cuando entraban en edad de poder aportarla, normalmente al finar del periodo escolar que terminaba a los catorce años, permitía sacar adelante la familia, en aquellos años tan difíciles. Parece interesante recordar el tipo de clientela, que se clasificaba principalmente en tres colectivos: en primer lugar los llamados estables, funcionarios de juzgados, contribuciones, bancos, etc. en segundo lugar los viajantes de comercio, en unos tiempos en que Huete era un centro de comercio comarcal muy importante (todavía las personas mayores recuerdan con nostalgia esos tiempos en que Huete parecía un emporio) y por último los muleteros, también llamados “maranchoneros” por el pueblo de Guadalajara de donde procedía la mayoría, que acudían a la Feria y a la Feruela, y en otras épocas del año, con sus caballerías, para realizar sus tratos, vestidos con sus clásicas blusas negras.
Mis padres permanecieron en el negocio hasta 1969 en que fallecida mi madre y habiendo marchado la mayoría de los hijos a Madrid, mi padre cedió el negocio a mi hermana mayor. Pero los tiempos habían cambiado: Huete había reducido mucho su importancia, los automóviles permitían a los viajantes de comercio visitar las plazas con rapidez y volver a sus domicilios en el día y la mecanización del campo acabó con la utilización de las caballerías en la agricultura. Mi hermana mantuvo la actividad durante unos años y más tarde también se trasladó a Madrid, donde sus hijas trabajaban y estudiaban. La casa se convirtió en vivienda particular.
Seis de los hermanos, al fallecimiento de mi padre en 1984, nos comprometimos a que la finca quedara en la familia. La única solución consistía en transformar la antigua posada en viviendas. Procurando mantener la estructura original, en 1990 construimos cinco viviendas exteriores, que lógicamente tendrían que crecer en altura, en la zona donde anteriormente era la vivienda familiar, conservando la zona de huéspedes como vivienda de mi hermana mayor. Pero con este ánimo de no romper del todo con la disposición antigua, hemos conservado un zaguán o portal de entrada, equivalente al antiguo y lo que llamábamos porche, desde el que se entraba al corral y cuadras. El corral y algunas de estas cuadras todavía existen.
Parece que alguno de nosotros llevamos algo en los genes de la vocación a la hostelería: Años después del cierre de la posada mi hermano Antonio adquirió la casa solariega del Conde de Garcinarro, la cual había pertenecido también a familiares nuestros en los primeros sesenta años del siglo XX (Doña Luisa Navío era prima de mi abuelo). La casa estaba hecha una ruina y el esfuerzo de mi hermano y su mujer la han convertido en un modelo de Hotel Rural, al tiempo de que han salvado para el futuro el mejor edificio civil de la ciudad, si exceptuamos la Torre del Reloj.
Casildo Reneses Sanz
Amigo de VolOptenses
Un grupo de personas interesadas en la recuperación de la memoria histórica de Huete, mi ciudad, mi pueblo, que ya han recopilado reseñas de diferentes temas sobre su pasado reciente, han tenido la idea de preparar un estudio sobre las posadas existentes hasta hace pocos años, motivo por el cual me han pedido que les redactara una nota sobre la evolución de la posada situada en la anteriormente llamada Carrera de Santo Domingo, numero 6, finca que luego fue Calle Calvo Sotelo, 22, y hoy día, signo de la época, Calle de Juan Carlos I, 20, y que en tiempos se llamó “Posada de San Juan” y más tarde “Fonda Reneses”.
Este negocio, donde yo he pasado quince años de mi vida, y donde han nacido mis cinco hermanos menores, ha sido regentado por miembros de la familia Reneses desde 1857. En efecto en junio de este año, según un documento del protocolo de Don Mamerto Alique, Notario de Huete, felizmente conservado en el Archivo Histórico del Ayuntamiento, mi bisabuelo, Juan José Reneses Mota, que formaba matrimonio con mi bisabuela Maria Cruz Navío Ortiz de Angulo, ambos nacidos en Quintanar de la Orden, firmaba un contrato de alquiler de la posada con su propietario Luciano Toledano, vecino de Bonilla. El contrato se firmó por un periodo de cuatro años y un precio de mil trescientos reales anuales, pagaderos por anticipado los días de San Juan de cada año. El propietario pidió avalistas y mi bisabuelo aportó la granita, entre otros de Don Remigio Covisa y Don Gregorio Torres, prohombres de la época en Huete.
A partir de aquí se rompe el “tracto sucesivo” porque no he podido localizar el documento mediante el cual mi bisabuelo pasa a ser propietario de la casa, que por cierto, comprendía además de la superficie actual toda la fachada de la actual vivienda de la calle Caballeros, número 1. Sí he encontrado un documento mediante el cual, mi abuelo Casildo Reneses declaraba que adquirió la casa por herencia de su padre en 19 de noviembre de 1890, habiéndola adquirido éste de Ambrosio Toledano Hernansáiz, hijo de Luciano Toledano, antes del año 1890.
Junto con su mujer, mi abuela Maria Juliana Millán, nacida en los Hinojosos, pero avecindada en Huete antes de su matrimonio, mi abuelo permaneció al frente de la Posada hasta su fallecimiento en 1925. Mi abuela y sus hijos solteros, conservaron el negocio alternando con la agricultura y la ganadería, para lo que contaban con varios pares de mulas y un rebaño de unas doscientas ovejas. Mi padre, nacido en 1902, el más pequeño de seis hermanos, había iniciado un negocio de taxis, con coche propio, combinándolo con la posada. Se casa en 1930 y se independiza pasando a vivir en la calle de la Plaza, esquina a Zapaterías, hoy también Juan Carlos I, donde nacimos los cinco hijos mayores. Durante la República mi padre, un entusiasta de los automóviles en la época en que empezaban a aparecer, había prosperado en su negocio de taxis llegando a ser propietario de algún coche más, para lo que se ayudaba de conductores asalariados. Los desastres de la guerra hicieron su aparición en la tranquila ciudad de Huete y mi padre perdió sus coches, requisados por los militares. Uno de ellos lo recuperó después de la guerra, prácticamente destrozado y alguno más lo perdió totalmente.
Así las cosas, en septiembre de 1941, mi padre llega a un acuerdo con mi abuela y mis tíos Pepe, Angustias y Julia Reneses, todos solteros y ya entrados en años, para pasar a regentar el negocio que entonces se llamaba “Parador y Fonda Reneses”, quedándose aquellos con la agricultura y la ganadería. De la finca se segregó la parte que lindaba con la calle Caballeros, donde mi abuela y mis tíos establecieron su vivienda y las cuadras y demás locales de su explotación agraria. El titular de “Parador” hubo que suprimirlo más tarde, al impedir su utilización los paradores ministeriales.
El negocio, con el sacrificio principalmente de mi madre y la ayuda de los hijos, cuando entraban en edad de poder aportarla, normalmente al finar del periodo escolar que terminaba a los catorce años, permitía sacar adelante la familia, en aquellos años tan difíciles. Parece interesante recordar el tipo de clientela, que se clasificaba principalmente en tres colectivos: en primer lugar los llamados estables, funcionarios de juzgados, contribuciones, bancos, etc. en segundo lugar los viajantes de comercio, en unos tiempos en que Huete era un centro de comercio comarcal muy importante (todavía las personas mayores recuerdan con nostalgia esos tiempos en que Huete parecía un emporio) y por último los muleteros, también llamados “maranchoneros” por el pueblo de Guadalajara de donde procedía la mayoría, que acudían a la Feria y a la Feruela, y en otras épocas del año, con sus caballerías, para realizar sus tratos, vestidos con sus clásicas blusas negras.
Mis padres permanecieron en el negocio hasta 1969 en que fallecida mi madre y habiendo marchado la mayoría de los hijos a Madrid, mi padre cedió el negocio a mi hermana mayor. Pero los tiempos habían cambiado: Huete había reducido mucho su importancia, los automóviles permitían a los viajantes de comercio visitar las plazas con rapidez y volver a sus domicilios en el día y la mecanización del campo acabó con la utilización de las caballerías en la agricultura. Mi hermana mantuvo la actividad durante unos años y más tarde también se trasladó a Madrid, donde sus hijas trabajaban y estudiaban. La casa se convirtió en vivienda particular.
Seis de los hermanos, al fallecimiento de mi padre en 1984, nos comprometimos a que la finca quedara en la familia. La única solución consistía en transformar la antigua posada en viviendas. Procurando mantener la estructura original, en 1990 construimos cinco viviendas exteriores, que lógicamente tendrían que crecer en altura, en la zona donde anteriormente era la vivienda familiar, conservando la zona de huéspedes como vivienda de mi hermana mayor. Pero con este ánimo de no romper del todo con la disposición antigua, hemos conservado un zaguán o portal de entrada, equivalente al antiguo y lo que llamábamos porche, desde el que se entraba al corral y cuadras. El corral y algunas de estas cuadras todavía existen.
Parece que alguno de nosotros llevamos algo en los genes de la vocación a la hostelería: Años después del cierre de la posada mi hermano Antonio adquirió la casa solariega del Conde de Garcinarro, la cual había pertenecido también a familiares nuestros en los primeros sesenta años del siglo XX (Doña Luisa Navío era prima de mi abuelo). La casa estaba hecha una ruina y el esfuerzo de mi hermano y su mujer la han convertido en un modelo de Hotel Rural, al tiempo de que han salvado para el futuro el mejor edificio civil de la ciudad, si exceptuamos la Torre del Reloj.
Casildo Reneses Sanz
Amigo de VolOptenses